¿Cuestión de salud? ¿Mayor accesibilidad? Sea cual sea la razón, lo cierto es que cada vez más personas consumen bebidas vegetales.
Repasemos algunas de ellas:
La mejor para cocinar y hornear dulces, cremas, batidos, helados, natillas e indispensable para hacer «buttermilk» (se corta con facilidad)
Bebida vegetal más dulce y espesa que otras. Puede usarse con café o cereales; también para salsas, natillas, bechamel y cremas dulces y saladas.
Su textura similar a la leche descremada la hace adecuada para preparar smoothies, pero no para bebidas calientes (demasiado aguada). Su cremosidad ha favorecido la aparición de yogures hechos con esta bebida vegetal.
Su textura es muy adecuada para el café y los cereales de los desayunos. Funciona perfectamente en recetas de repostería que lleven almendras.
Textura muy cremosa. Se suele utilizar para cocinar postres y dulces. Perfecta para hacer helados.
Aunque ya hablamos de la diferencia entre alergia e intolerancia alimenticia, nos encontramos este dilema muy frecuentemente con el tema de la leche. Se siguen confundiendo y entremezclando ambos conceptos: alergia o intolerancia a la leche.
Si bien es verdad que es un alimento con múltiples beneficios para la salud, no es imprescindible (muchos otros alimentos pueden aportarnos nutrientes similares). Lo cierto es que no es nada raro oír: «la leche no me sienta bien«. Pero hay que saber distinguir perfectamente el porqué: ¿no tolero la lactosa o soy alérgico a la proteína de la leche?
Cuando la leche nos sienta mal porque somos alérgicos, la culpable es la o las proteínas de la leche de vaca (por extensión la de otras especies también: cabra, oveja).
El responsable es el sistema inmunitario que, al detectar como «extraña» esta proteína, reacciona de una manera exagerada provocando lo que conocemos como «reacción alérgica«.
Esta reacción da lugar a una serie de síntomas de manera casi inmediata, que pueden ir desde leves (picores, hinchazón, vómitos), hasta muy graves (anafilaxia). Los síntomas no se centran en el sistema digestivo y pueden afectar a otros sistemas como el respiratorio o la piel.
Su diagnóstico se hace en el servicio de alergología. Tras el diagnóstico, el tratamiento es evitar el consumo de leche y productos lácteos.
Si la leche nos causa problemas por ser intolerantes a la lactosa, la cosa es distinta. Aquí ya no interviene el sistema inmune y el problema está a nivel del sistema digestivo.
La causa es la lactasa. Es una enzima producida en el intestino delgado cuya misión es procesar la lactosa (azúcar de la leche). Al haber un déficit de lactasa, la lactosa pasa al intestino grueso sin procesar. Esa situación provoca una serie de síntomas como hinchazón abdominal, dolores, cansancio, diarrea y flautulencia (síntomas a nivel deigestivo casi exclusivamente).
Existen pruebas para su diagnóstico, pero no es necesario acudir al alergólogo. Sus síntomas son más molestos que graves.
Gracias a la existencia de muchos productos deslactosados («sin lactosa»), no es necesario prescindir totalmente de la leche y sus derivados en la dieta. Incluso, si la intolerancia es leve, se pueden tolerar pequeñas cantidades de lactosa.
Para que la intolerancia a la lactosa nos permita vivir sin «molestias«, es preciso seguir una dieta sin lactosa. Desde hace unos años, también existen los suplementos de lactasa en pastillas que nos pueden «sacar de algún compromiso«.
Sin embargo, no hay que adoptar esta dieta sin que exista un diagnóstico certero. Si se tiene sospechas, podemos confirmar la intolerancia mediante pruebas diagnosticas tales como: test de hidrógeno expirado, test sanguíneo de tolerancia a la lactosa, biopsia de intestino delgado y test genético.
Tras el diagnóstico, el único tratamiento es seguir una dieta exenta de lactosa. La mayoría de las personas no necesitarán excluir totalmente la leche y productos lácteos de la dieta. Pero sí será necesario consumir productos «sin lactosa«.
La lactosa no sólo está en la leche y productos lácteos. Existen muchos alimentos procesados a los cuales se les ha añadido lactosa para mejorar sus características. De ahí la importancia de leer con atención las etiquetas de los productos. Actualmente, gracias a la nueva normativa, es de obligada declaración.
ADILAC ofrece un «semáforo» de alimentos que permite controlar mejor qué productos son los más o menos apropiados y cómo podemos detectar la presencia de lactosa en las etiquetas. Puedes consultarlo aquí.
Entre los productos más fáciles de digerir (en función del grado de tolerancia), podemos citar:
Si la intolerancia es tan severa que optamos por prescindir de lácteos, podemos encontrarnos con déficits de determinados nutrientes: deficiencias de proteínas, vitaminas (vitaminaD) y minerales (como el calcio). Estos déficits pueden dar lugar a pérdidas de peso y malnutrición. Para evitar esa situación, hay alternativas que podemos incluir en nuestra dieta: pescado, marisco, col, espinacas, frutos secos…
Esta intolerancia puede afectar en distintos niveles:
La intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir el azúcar de la leche o lactosa.
La causa de esta incapacidad la encontramos en una deficiencia de la enzima lactasa.
Existen varias causas que provocan la deficiencia de lactasa. En base a ello, podemos hablar de diferentes tipos de intolerancia a la lactosa:
Tiene una base genética, es progresiva y no es recuperable.
Hablamos de más del 70% de la población con esta deficiencia. Supone una pérdida progresiva de la producción de lactasa que va haciendo que, gradualmente, no se tolere la ingesta de lactosa.
A nivel sintomático, supone un aumento de síntomas ante la ingesta de leche y lácteos a medida que va pasando el tiempo.
Esta es la causa más frecuente en adultos de intolerancia a la lactosa. En este caso la enzima no se recupera y el tratamiento es la eliminación de productos lácteos de la dieta (o la elección de productos sin lactosa).
Su causa no es genética, es temporal y puede ser recuperable.
La pérdida en la capacidad de producir lactasa puede ser secundaria a otra enfermedad o alteración (sobre todo a nivel intestinal). Este aspecto hace que, una vez se recupere la mucosa intestinal, la intolerancia a la lactosa desaparezca.
Son muchas las causas que pueden estar provocándola. Por citar algunas: enfermedad celiaca, enfermedad de Crohn, síndrome de intestino irritable, gastroenterocolitis, sobrecrecimiento bacteriano (SIBO)…
Tiene una base genética, congénita (de nacimiento) y no es recuperable.
Esta manifestación es muy rara. Se debe a un defecto congénito causado por una mutación autosómica recesiva. Da lugar a que la enzima lactasa tenga nula actividad o actividad mínima. Se presenta desde el nacimiento y no es recuperable.
Es imprescindible seguir una dieta sin lactosa desde el nacimiento para evitar complicaciones en el desarrollo del niño.
Seguro que hemos oído muchas veces: «La leche me sienta mal«. Hay un gran número de personas que tienen problemas a la hora de digerir la leche, pero NO son alérgicas a la leche. En estos casos nos estamos refiriendo a una intolerancia a la lactosa, lo cual es debido a un déficit de lactasa.
La lactosa es el azúcar de la leche (vaca, cabra, oveja, humana). Es un disacárido, es decir, está compuesta por glucosa y galactosa (dos azúcares simples).
La lactasa es la enzima que permite desdoblar la lactosa en sus dos azúcares simples. Esto es necesario para la asimilación de este nutriente por el organismo (nuestro organismo no es capaz de asimilar un disacárido).
Se encuentra en el intestino delgado. Su máxima actividad se da en el momento del nacimiento y lactancia, para ir decreciendo tras esa etapa.
La intolerancia a la lactosa supone una incapacidad para digerir el azúcar de la leche (lactosa). La ingesta de la misma produce, por tanto, una serie de molestias. Esta incapacidad radica en el déficit de lactasa (enzima encargada de descomponer la lactosa).
Los síntomas aparecen cuando la lactosa no se descompone en el intestino delgado y llega al colon donde fermenta por la acción de las bacterias intestinales.
La sintomatología pueden variar según el individuo y en su intensidad. Entre ellos podemos citar:
Diferencias entre intolerancia a la lactosa y alergia a la leche. Fuente: ADILAC
Aunque en ambos casos el origen está en la leche y lácteos, no son la misma cosa. Un intolerante a la lactosa puede ingerir leche y lácteos previamente deslactosados; un alérgico a la leche NO puede ingerir ni leche ni lácteos.
Cuando alguna persona es alérgica a determinado alimento, su sistema inmunitario reacciona de una manera exagerada ante las proteínas de ese alimento. Con la alergia a la leche no es distinto, aunque lo correcto sería decir alergia a las proteínas de vacuno (PV).
Los componentes principales de la leche son:
Se puede ser alérgico a una o varias de las anteriores proteínas. De ello dependerá que reaccionemos sólo ante la leche y derivados o, también, a la carne de vacuno.
Hay que señalar que, ante la similitud en las proteínas con otras leches (cabra, oveja), éstas leches pueden dar también reacciones alérgicas
La alergia a la leche es una reacción adversa que sucede ante las proteínas presentes en ese alimento con mediación del sistema inmunitario
Por lo tanto, si somos alérgicos, nuestro organismo tomará por «cuerpos extraños» estas proteínas. El sistema inmune actuará de una manera desmesurada para «deshacerse» de ellas.Para ello libera unas sustancias (histamina) que dará lugar a los diferentes síntomas. Como en la mayoría de las alergias alimenticias, la respuesta será casi inmediata.
La persona alérgica presentará síntomas ante la ingesta de leche, derivados lácteos y alimentos preparados que lleven leche. En determinados casos, se podrían presentas síntomas también ante la ingesta de carne de vaca, buey, toro y ternera. Incluso, los síntomas se pueden dar antes contacto o indirectamente a través de otras personas.
Cada vez es más frecuente observar que determinados alimentos producen reacciones adversas. Estas reacciones pueden ser de dos tipos: alergia e intolerancia alimenticia.
Aunque alergias e intolerancias tienen algunos síntomas similares, son procesos distintos. Por ello, es necesario consultar al especialista para obtener un diagnóstico adecuado
De una manera sencilla podríamos definirla como «reacción adversa de nuestro organismo frente a alimentos que no son digeridos, metabolizados o asimilados completa o parcialmente». Se deben, fundamentalmente, a la ausencia de los elementos necesarios encargados de la correcta digestión del alimento que nos la causa. Y, como aspecto importante, «no interviene el sistema inmune».
Podemos establecer dos grandes grupos atendiendo a su origen:
Pero podemos hacer una clasificación más exhaustiva si nos centramos en cómo y qué la produce:
a) Metabólicas y/o enzimáticas. En este caso, un déficit enzimático o metabólico, imposibilita la correcta asimilación de determinadas sustancias de los alimentos. Existen pruebas específicas para su diagnóstico. Algunos ejemplos de las mismas serían:
b) Indeterminadas. Se producen por una mala asimilación del alimento independientemente del estado de la persona (se deben al alimento en sí y no al estado de la persona). Su diagnóstico es complejo ya que no siempre se producen al consumir el alimento en cuestión. Es un tipo de intolerancia alimenticia que no es de por vida, puede ser transitoria. Nos referimos a la enorme exposición actual a aditivos y contaminantes presentes en productos, sobre todo, procesados: conservantes, sulfitos, benzoatos, antioxidantes, colorantes…
c) Farmacológicas. Son reacciones a sustancias presentes en ciertos alimentos (vino, chocolate, fermentos…). Sustancias tales como las aminas vasoactivas (por ejemplo, histamina) y las metilxantinas (por ejemplo, cafeína).