Aunque ya hablamos de la diferencia entre alergia e intolerancia alimenticia, nos encontramos este dilema muy frecuentemente con el tema de la leche. Se siguen confundiendo y entremezclando ambos conceptos: alergia o intolerancia a la leche.
Si bien es verdad que es un alimento con múltiples beneficios para la salud, no es imprescindible (muchos otros alimentos pueden aportarnos nutrientes similares). Lo cierto es que no es nada raro oír: «la leche no me sienta bien«. Pero hay que saber distinguir perfectamente el porqué: ¿no tolero la lactosa o soy alérgico a la proteína de la leche?
Cuando la leche nos sienta mal porque somos alérgicos, la culpable es la o las proteínas de la leche de vaca (por extensión la de otras especies también: cabra, oveja).
El responsable es el sistema inmunitario que, al detectar como «extraña» esta proteína, reacciona de una manera exagerada provocando lo que conocemos como «reacción alérgica«.
Esta reacción da lugar a una serie de síntomas de manera casi inmediata, que pueden ir desde leves (picores, hinchazón, vómitos), hasta muy graves (anafilaxia). Los síntomas no se centran en el sistema digestivo y pueden afectar a otros sistemas como el respiratorio o la piel.
Su diagnóstico se hace en el servicio de alergología. Tras el diagnóstico, el tratamiento es evitar el consumo de leche y productos lácteos.
Si la leche nos causa problemas por ser intolerantes a la lactosa, la cosa es distinta. Aquí ya no interviene el sistema inmune y el problema está a nivel del sistema digestivo.
La causa es la lactasa. Es una enzima producida en el intestino delgado cuya misión es procesar la lactosa (azúcar de la leche). Al haber un déficit de lactasa, la lactosa pasa al intestino grueso sin procesar. Esa situación provoca una serie de síntomas como hinchazón abdominal, dolores, cansancio, diarrea y flautulencia (síntomas a nivel deigestivo casi exclusivamente).
Existen pruebas para su diagnóstico, pero no es necesario acudir al alergólogo. Sus síntomas son más molestos que graves.
Gracias a la existencia de muchos productos deslactosados («sin lactosa»), no es necesario prescindir totalmente de la leche y sus derivados en la dieta. Incluso, si la intolerancia es leve, se pueden tolerar pequeñas cantidades de lactosa.
Como cualquier otra intolerancia, la intolerancia al sorbitol supone una respuesta (no mediada por el sistema inmune) ante la ingesta de este componente.
Este componente es un polialcohol (azúcar alcohólico) utilizado como edulcorante y también como aditivo (E-420) en la industria alimenticia y farmacéutica. De forma natural puede hallarse en las algas rojas y en frutas (sobre todo de la familia rosaceae: pera, manzana, ciruela, melocotón y albaricoque). De forma industrial, puede obtenerse mediante la modificación química de la glucosa.
Está muy relacionado con la intolerancia a la fructosa. Su ingestión conjunta dificulta la absorción de los azúcares. Además, la metabolización del sorbitol en el hígado, puede generar fructosa.
Las pruebas para determinar esta intolerancia, son las mismas que las que se realizan en el caso de la intolerancia a la fructosa:
Los síntomas pueden ocurrir, desde los 30 minutos hasta 3-4 horas, tras la ingesta de alimentos con sorbitol.
Son muy parecidos a los de la intolerancia a la fructosa: vómitos, gases, dolor y distensión intestinal y, sobre todo, diarrea.
No suele dar lugar a situaciones de desnutrición. Sin embargo, en casos de alto grado de intolerancia en niños, puede influir en su desarrollo y crecimiento.
Lo fundamental es seguir una dieta exenta de sorbitol o reducirlo al máximo posible. Para ello es imprescindible leer las etiquetas de los alimentos.
La malabsorcion a la fructosa es un tipo de intolerancia muy similar a la intolerancia a la lactosa. Esta intolerancia está más extendida de lo que podamos pensar. Muchos estudios calculan que puede afectar a entre un 40-60% de la población.
Esta situación es provocada porque las células intestinales no son capaces de absorber, total o parcialmente, la fructosa
La fructosa ha de ser absorbida en el intestino delgado por diferentes mecanismos. Para ello es necesaria una enzima transportadora específica. Si se produce una alteración de este mecanismo transportador, la fructosa no puede ser absorbida. Por lo tanto, este tipo de azúcar sigue su camino hasta el intestino grueso.
Ya en el intestino grueso, la fructosa es fermentada por las bacterias intestinales dando lugar a los diferentes síntomas de esta intolerancia.
Como en otras intolerancias a carbohidratos, pequeñas cantidades pueden no presentar sintomatología. También hay que considerar que el umbral para presentar síntomas es muy variable entre las personas afectadas. Otros factores a tener en cuenta, son las enfermedades asociadas y el grado de de intolerancia que se padezca.
La aparición de la sintomatología puede variar entre los 30 minutos y las 3-4 horas tras la ingesta de alimentos con fructosa.
Los síntomas son muy molestos, pero no tan graves como en la IHF. Entre ellos podemos destacar: distensión y dolor abdominal, diarrea o estreñimiento, ruidos intestinales, hinchazón, gases, vómitos y dolor de cabeza.
Existen varias pruebas para diagnosticar la malabsorcion a la fructosa:
Supone una dieta restringida en fructosa (a veces también en sorbitol). La restricción estará determinada por el grado de intolerancia (parcial o total), siendo más restrictiva a medida que el grado es más severo.
Para que la intolerancia a la lactosa nos permita vivir sin «molestias«, es preciso seguir una dieta sin lactosa. Desde hace unos años, también existen los suplementos de lactasa en pastillas que nos pueden «sacar de algún compromiso«.
Sin embargo, no hay que adoptar esta dieta sin que exista un diagnóstico certero. Si se tiene sospechas, podemos confirmar la intolerancia mediante pruebas diagnosticas tales como: test de hidrógeno expirado, test sanguíneo de tolerancia a la lactosa, biopsia de intestino delgado y test genético.
Tras el diagnóstico, el único tratamiento es seguir una dieta exenta de lactosa. La mayoría de las personas no necesitarán excluir totalmente la leche y productos lácteos de la dieta. Pero sí será necesario consumir productos «sin lactosa«.
La lactosa no sólo está en la leche y productos lácteos. Existen muchos alimentos procesados a los cuales se les ha añadido lactosa para mejorar sus características. De ahí la importancia de leer con atención las etiquetas de los productos. Actualmente, gracias a la nueva normativa, es de obligada declaración.
ADILAC ofrece un «semáforo» de alimentos que permite controlar mejor qué productos son los más o menos apropiados y cómo podemos detectar la presencia de lactosa en las etiquetas. Puedes consultarlo aquí.
Entre los productos más fáciles de digerir (en función del grado de tolerancia), podemos citar:
Si la intolerancia es tan severa que optamos por prescindir de lácteos, podemos encontrarnos con déficits de determinados nutrientes: deficiencias de proteínas, vitaminas (vitaminaD) y minerales (como el calcio). Estos déficits pueden dar lugar a pérdidas de peso y malnutrición. Para evitar esa situación, hay alternativas que podemos incluir en nuestra dieta: pescado, marisco, col, espinacas, frutos secos…
Esta intolerancia puede afectar en distintos niveles:
Los problemas con el gluten nos crean algunas dudas con respecto a algunas patologías. ¿Qué me pasa? ¿Padezco enfermedad celiaca o sensibilidad al gluten o alergia al trigo? Conoce las diferencias.
La enfermedad celiaca es una «enfermedad sistémica autoinmune crónica provocada por el gluten y prolaminas relacionadas, en individuos susceptibles«
Su predisposición es genética. De ahí que la tasa de padecerla entre familiares sea más alta.
El gluten causa daño en las vellosidades intestinales del intestino delgado. Este daño provoca una mala absorción de nutrientes que da lugar a síntomas diversos no sólo en el sistema digestivo, si no en otros sistemas del organismo.
Entre estos síntomas: diarrea, estreñimiento, calambres, dolor de huesos o articulaciones, anemia, retraso en el crecimiento, migrañas, infertilidad… Una de las manifestaciones cutáneas más específica es la dermatitis herpertiforme (erupción en la piel).
Para su diagnóstico son necesarios análisis sanguíneos, seguidos por una biopsia del intestino delgado.
Actualmente, el único tratamiento en mantener una dieta libre de gluten de por vida.
En ciertas personas se dan reacciones adversas ante la ingesta de gluten. Sin embargo, las pruebas descartan que sean celiacas.
Las reacciones pueden comenzar hasta 48 horas después de la ingestión de gluten y pueden durar mucho tiempo.
Esta alteración no está bien definida. Es una reacción que no involucra al sistema inmune, ni tampoco es una reacción autoinmune como la EC. Tampoco existen pruebas para identificarla.
Según algunos estudios, se estima que puede afectar entre un 2% y 6% de la población.
Sus síntomas son muy similares a los de la EC: calambres, diarrea, estreñimiento, migrañas, fatiga, dolor de huesos y articulaciones… A menudo, predominan los síntomas no grastrointestinales. No existe ninguna indicación de que cause el mismo tipo de daño al intestino como la EC.
No existen pruebas específicas para su diagnóstico. Por tanto, su diagnóstico se hace excluyendo otras posibles causas de los síntomas (como descartando Ec o alergia al trigo). Tras descartar otras enfermedades, se establece una dieta exenta de gluten. Si se produce mejoría, se diagnostica SGNC.
El tratamiento, al igual que en la EC, es una dieta exenta de gluten. Sin embargo, algunos pacientes pueden tolerar una dieta baja en gluten.
En este caso estamos frente a una reacción que involucra al sistema inmune (mediada por IgE). La reacción se produce ante cualquiera de las proteínas existentes en el trigo.
Esta reacción es inmediata. Puede incluir una gran variedad de síntomas, desde leves a muy graves: comezón, urticaria, nausea, dolor abdominal, hinchazón de labios y lengua, problemas para respirar o anafilaxia (este último con gran riesgo para la persona).
Su diagnóstico, como en cualquier otra alergia, se lleva a cabo mediante pruebas de RAST o de punción en la piel en el servicio de alergología.
El tratamiento es la eliminación de la dieta de todas las formas de trigo. Se podría incluir en la dieta gluten, siempre y cuando éste no proceda del trigo.
Como en muchas alergias, los niños pueden superarlas durante la infancia. Sin embargo, si aparece en edad adulta suele ser permanente.
Esta intolerancia es poco conocida y muy extendida. Son varios los tipos que existen, pero todos tienen en común «no tolerar bien la fructosa»
La fructosa es un monosacárido o azúcar simple que no se descompone en otros compuestos simples. Para que nuestro organismo pueda utilizarla, es preciso que sea absorbida por las células intestinales y que sea metabolizada en el hígado donde se acumula en forma de glucógeno.
Las frutas que tienen mayor cantidad son: manzana, ciruela, pera, pasas, uvas, albaricoque seco, cerezas, higos secos… Un factor a tener en cuenta es el grado de maduración: «mientras más madura sea la fruta, más cantidad contiene»
En cuanto a las verduras, hay que tener cuidado con: cebolla, tomate, coles, apio, calabaza, puerro… Las que mejor se digieren: acelgas, espinacas, alcachofas o champiñones.
Si este azúcar nos sienta mal, decimos que somos intolerantes. Pero la realidad es que debemos diferenciar entre diferentes patologías.
Es importante diferenciar las distintas patologías ya que influye para definir la restricción en la dieta y los azúcares tolerados. Tampoco las consecuencias son las mismas: los pacientes con IHF pueden tener consecuencias muy graves con la ingesta prolongada de fructosa.
La intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir el azúcar de la leche o lactosa.
La causa de esta incapacidad la encontramos en una deficiencia de la enzima lactasa.
Existen varias causas que provocan la deficiencia de lactasa. En base a ello, podemos hablar de diferentes tipos de intolerancia a la lactosa:
Tiene una base genética, es progresiva y no es recuperable.
Hablamos de más del 70% de la población con esta deficiencia. Supone una pérdida progresiva de la producción de lactasa que va haciendo que, gradualmente, no se tolere la ingesta de lactosa.
A nivel sintomático, supone un aumento de síntomas ante la ingesta de leche y lácteos a medida que va pasando el tiempo.
Esta es la causa más frecuente en adultos de intolerancia a la lactosa. En este caso la enzima no se recupera y el tratamiento es la eliminación de productos lácteos de la dieta (o la elección de productos sin lactosa).
Su causa no es genética, es temporal y puede ser recuperable.
La pérdida en la capacidad de producir lactasa puede ser secundaria a otra enfermedad o alteración (sobre todo a nivel intestinal). Este aspecto hace que, una vez se recupere la mucosa intestinal, la intolerancia a la lactosa desaparezca.
Son muchas las causas que pueden estar provocándola. Por citar algunas: enfermedad celiaca, enfermedad de Crohn, síndrome de intestino irritable, gastroenterocolitis, sobrecrecimiento bacteriano (SIBO)…
Tiene una base genética, congénita (de nacimiento) y no es recuperable.
Esta manifestación es muy rara. Se debe a un defecto congénito causado por una mutación autosómica recesiva. Da lugar a que la enzima lactasa tenga nula actividad o actividad mínima. Se presenta desde el nacimiento y no es recuperable.
Es imprescindible seguir una dieta sin lactosa desde el nacimiento para evitar complicaciones en el desarrollo del niño.
Seguro que hemos oído muchas veces: «La leche me sienta mal«. Hay un gran número de personas que tienen problemas a la hora de digerir la leche, pero NO son alérgicas a la leche. En estos casos nos estamos refiriendo a una intolerancia a la lactosa, lo cual es debido a un déficit de lactasa.
La lactosa es el azúcar de la leche (vaca, cabra, oveja, humana). Es un disacárido, es decir, está compuesta por glucosa y galactosa (dos azúcares simples).
La lactasa es la enzima que permite desdoblar la lactosa en sus dos azúcares simples. Esto es necesario para la asimilación de este nutriente por el organismo (nuestro organismo no es capaz de asimilar un disacárido).
Se encuentra en el intestino delgado. Su máxima actividad se da en el momento del nacimiento y lactancia, para ir decreciendo tras esa etapa.
La intolerancia a la lactosa supone una incapacidad para digerir el azúcar de la leche (lactosa). La ingesta de la misma produce, por tanto, una serie de molestias. Esta incapacidad radica en el déficit de lactasa (enzima encargada de descomponer la lactosa).
Los síntomas aparecen cuando la lactosa no se descompone en el intestino delgado y llega al colon donde fermenta por la acción de las bacterias intestinales.
La sintomatología pueden variar según el individuo y en su intensidad. Entre ellos podemos citar:
Diferencias entre intolerancia a la lactosa y alergia a la leche. Fuente: ADILAC
Aunque en ambos casos el origen está en la leche y lácteos, no son la misma cosa. Un intolerante a la lactosa puede ingerir leche y lácteos previamente deslactosados; un alérgico a la leche NO puede ingerir ni leche ni lácteos.
Alergia o intolerancia, términos que se usan como sinónimos. Si bien es cierto que ambos aluden a «reacciones adversas tras la ingesta de determinados alimentos», no son exactamente la misma cosa.
· Cómo reacciona el organismo. En la alergia el sistema inmune está involucrado, cosa que no sucede en la intolerancia. El sistema inmune es el responsable de proteger nuestro organismo ante «cuerpos extraños«. En la alergia es el sistema inmune quien reacciona (defensa), en la intolerancia la reacción es metabólica (asimilación).
· Qué provoca la reacción. Las alergias son provocadas por las proteínas de los alimentos; las intolerancias por los azúcares o grasas.
· Tiempo de reacción. En una alergia la respuesta es prácticamente inmediata; en la intolerancia la respuesta es más tardía (el tiempo que necesita el alimento para ser asimilado).
· Cantidad de alimento capaz de desencadenar una reacción. Una reacción alérgica se puede desencadenar ante mínimas cantidades del alérgeno en cuestión (incluso trazas). En una intolerancia la reacción dependerá de la cantidad ingerida (a cantidades mayores, mayor reacción). Este aspecto hace que, en una intolerancia, pequeñas cantidades no provoquen reacción alguna.
· Cómo evitarlas. Por lo dicho en el punto anterior, el tratamiento de una alergia supone la eliminación total del alérgeno causante de la misma. En el caso de una intolerancia dependerá del grado de tolerancia, pudiendo ingerir pequeñas cantidades sin tener síntomas.
· Causas. En una alergia hay una «lectura» incorrecta por el sistema inmune de un elemento (lo ve como una amenaza) y lo ataca generando anticuerpos (liberación de químicos). Las causas de las intolerancias pueden ser diversas (deficiencias enzimáticas, sensibilidad a aditivos…) y los síntomas se producen por la mala absorción del elemento que la provoca.
· Sintomatología. Este aspecto tal vez sea el que más contribuye a confundir alergia o intolerancia. Mientras que los síntomas de una intolerancia son sobre todo gastrointestinales; en una alergia los síntomas incluyen éstos y se amplían a otros sistemas u órganos (síntomas cutáneos, respiratorios…).
· Gravedad. Las alergias pueden llegar a causar reacciones muy graves (anafilaxia). Las reacciones de las intolerancias no son tan graves (hay que considerar que, si persisten en el tiempo, pueden dar lugar a otros problemas de salud más serios).
· Pronóstico. Este es otro aspecto que puede confundir. Hay muchas alergias que se superan (sobre todo alergias infantiles). Si aparecen en edad adulta o persisten desde la infancia, suelen durar para siempre. Lo mismo sucede con algunas intolerancias. Si son primarias, se mantendrán en el tiempo; si surgen como consecuencia de otras causas, pueden ser temporales y desaparecer al tratar la causa que las origina.
Cuando alguna persona es alérgica a determinado alimento, su sistema inmunitario reacciona de una manera exagerada ante las proteínas de ese alimento. Con la alergia a la leche no es distinto, aunque lo correcto sería decir alergia a las proteínas de vacuno (PV).
Los componentes principales de la leche son:
Se puede ser alérgico a una o varias de las anteriores proteínas. De ello dependerá que reaccionemos sólo ante la leche y derivados o, también, a la carne de vacuno.
Hay que señalar que, ante la similitud en las proteínas con otras leches (cabra, oveja), éstas leches pueden dar también reacciones alérgicas
La alergia a la leche es una reacción adversa que sucede ante las proteínas presentes en ese alimento con mediación del sistema inmunitario
Por lo tanto, si somos alérgicos, nuestro organismo tomará por «cuerpos extraños» estas proteínas. El sistema inmune actuará de una manera desmesurada para «deshacerse» de ellas.Para ello libera unas sustancias (histamina) que dará lugar a los diferentes síntomas. Como en la mayoría de las alergias alimenticias, la respuesta será casi inmediata.
La persona alérgica presentará síntomas ante la ingesta de leche, derivados lácteos y alimentos preparados que lleven leche. En determinados casos, se podrían presentas síntomas también ante la ingesta de carne de vaca, buey, toro y ternera. Incluso, los síntomas se pueden dar antes contacto o indirectamente a través de otras personas.