Recientemente se ha descrito un nuevo síndrome clínico de un tipo de alergia a alimentos que no es mediada por la inmunoglobulina E (IgE): el sindrome de enterocolitis inducido por proteínas de alimentos ( FPIES).
El Síndrome de Enterocolitis por proteínas de los alimentos es una intolerancia grave y peligrosa que afecta al sistema gastrointestinal en niños.
Este cuadro clínico reciente no es una forma de alergia, no involucra al sistema inmune. Es un tipo de intolerancia potencialmente grave.
Podemos distinguir 2 manifestaciones:
En los primeros meses de vida, los alimentos que con más frecuencia desencadenan esta intolerancia, son las proteínas de leche de vaca, soja e, incluso, las proteínas en leche materna.
En cuanto a los alimentos sólidos, los desencadenantes más habituales son el arroz y la avena. Investigaciones actuales incluyen otros desencadenantes comunes como: pollo, pescado, judías verdes, guisantes... La realidad es que cualquier proteína alimentaria puede actuar como desencadenante.
Las pruebas de alergia no sirven, por lo tanto su diagnóstico es clínico. Se evalúan los síntomas, se hace un examen físico y se realizan protocolos clínicos que omitan de la dieta el alimento sospechoso. Se confirmará el diagnóstico si, al reintroducir el alimento tras unas 8 semanas, reaparecen los síntomas.
El tratamiento más eficaz consiste en la prevención. Es necesario evitar la ingesta del alimento que desencadena la aparición de los síntomas.
En el caso de que los síntomas aparezcan, se requiere tratamiento hospitalario debido a su gravedad:
Como cualquier otra intolerancia, la intolerancia al sorbitol supone una respuesta (no mediada por el sistema inmune) ante la ingesta de este componente.
Este componente es un polialcohol (azúcar alcohólico) utilizado como edulcorante y también como aditivo (E-420) en la industria alimenticia y farmacéutica. De forma natural puede hallarse en las algas rojas y en frutas (sobre todo de la familia rosaceae: pera, manzana, ciruela, melocotón y albaricoque). De forma industrial, puede obtenerse mediante la modificación química de la glucosa.
Está muy relacionado con la intolerancia a la fructosa. Su ingestión conjunta dificulta la absorción de los azúcares. Además, la metabolización del sorbitol en el hígado, puede generar fructosa.
Las pruebas para determinar esta intolerancia, son las mismas que las que se realizan en el caso de la intolerancia a la fructosa:
Los síntomas pueden ocurrir, desde los 30 minutos hasta 3-4 horas, tras la ingesta de alimentos con sorbitol.
Son muy parecidos a los de la intolerancia a la fructosa: vómitos, gases, dolor y distensión intestinal y, sobre todo, diarrea.
No suele dar lugar a situaciones de desnutrición. Sin embargo, en casos de alto grado de intolerancia en niños, puede influir en su desarrollo y crecimiento.
Lo fundamental es seguir una dieta exenta de sorbitol o reducirlo al máximo posible. Para ello es imprescindible leer las etiquetas de los alimentos.
La malabsorcion a la fructosa es un tipo de intolerancia muy similar a la intolerancia a la lactosa. Esta intolerancia está más extendida de lo que podamos pensar. Muchos estudios calculan que puede afectar a entre un 40-60% de la población.
Esta situación es provocada porque las células intestinales no son capaces de absorber, total o parcialmente, la fructosa
La fructosa ha de ser absorbida en el intestino delgado por diferentes mecanismos. Para ello es necesaria una enzima transportadora específica. Si se produce una alteración de este mecanismo transportador, la fructosa no puede ser absorbida. Por lo tanto, este tipo de azúcar sigue su camino hasta el intestino grueso.
Ya en el intestino grueso, la fructosa es fermentada por las bacterias intestinales dando lugar a los diferentes síntomas de esta intolerancia.
Como en otras intolerancias a carbohidratos, pequeñas cantidades pueden no presentar sintomatología. También hay que considerar que el umbral para presentar síntomas es muy variable entre las personas afectadas. Otros factores a tener en cuenta, son las enfermedades asociadas y el grado de de intolerancia que se padezca.
La aparición de la sintomatología puede variar entre los 30 minutos y las 3-4 horas tras la ingesta de alimentos con fructosa.
Los síntomas son muy molestos, pero no tan graves como en la IHF. Entre ellos podemos destacar: distensión y dolor abdominal, diarrea o estreñimiento, ruidos intestinales, hinchazón, gases, vómitos y dolor de cabeza.
Existen varias pruebas para diagnosticar la malabsorcion a la fructosa:
Supone una dieta restringida en fructosa (a veces también en sorbitol). La restricción estará determinada por el grado de intolerancia (parcial o total), siendo más restrictiva a medida que el grado es más severo.
Esta intolerancia es poco conocida y muy extendida. Son varios los tipos que existen, pero todos tienen en común “no tolerar bien la fructosa”
La fructosa es un monosacárido o azúcar simple que no se descompone en otros compuestos simples. Para que nuestro organismo pueda utilizarla, es preciso que sea absorbida por las células intestinales y que sea metabolizada en el hígado donde se acumula en forma de glucógeno.
Las frutas que tienen mayor cantidad son: manzana, ciruela, pera, pasas, uvas, albaricoque seco, cerezas, higos secos… Un factor a tener en cuenta es el grado de maduración: “mientras más madura sea la fruta, más cantidad contiene”
En cuanto a las verduras, hay que tener cuidado con: cebolla, tomate, coles, apio, calabaza, puerro… Las que mejor se digieren: acelgas, espinacas, alcachofas o champiñones.
Si este azúcar nos sienta mal, decimos que somos intolerantes. Pero la realidad es que debemos diferenciar entre diferentes patologías.
Es importante diferenciar las distintas patologías ya que influye para definir la restricción en la dieta y los azúcares tolerados. Tampoco las consecuencias son las mismas: los pacientes con IHF pueden tener consecuencias muy graves con la ingesta prolongada de fructosa.
La intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir el azúcar de la leche o lactosa.
La causa de esta incapacidad la encontramos en una deficiencia de la enzima lactasa.
Existen varias causas que provocan la deficiencia de lactasa. En base a ello, podemos hablar de diferentes tipos de intolerancia a la lactosa:
Tiene una base genética, es progresiva y no es recuperable.
Hablamos de más del 70% de la población con esta deficiencia. Supone una pérdida progresiva de la producción de lactasa que va haciendo que, gradualmente, no se tolere la ingesta de lactosa.
A nivel sintomático, supone un aumento de síntomas ante la ingesta de leche y lácteos a medida que va pasando el tiempo.
Esta es la causa más frecuente en adultos de intolerancia a la lactosa. En este caso la enzima no se recupera y el tratamiento es la eliminación de productos lácteos de la dieta (o la elección de productos sin lactosa).
Su causa no es genética, es temporal y puede ser recuperable.
La pérdida en la capacidad de producir lactasa puede ser secundaria a otra enfermedad o alteración (sobre todo a nivel intestinal). Este aspecto hace que, una vez se recupere la mucosa intestinal, la intolerancia a la lactosa desaparezca.
Son muchas las causas que pueden estar provocándola. Por citar algunas: enfermedad celiaca, enfermedad de Crohn, síndrome de intestino irritable, gastroenterocolitis, sobrecrecimiento bacteriano (SIBO)…
Tiene una base genética, congénita (de nacimiento) y no es recuperable.
Esta manifestación es muy rara. Se debe a un defecto congénito causado por una mutación autosómica recesiva. Da lugar a que la enzima lactasa tenga nula actividad o actividad mínima. Se presenta desde el nacimiento y no es recuperable.
Es imprescindible seguir una dieta sin lactosa desde el nacimiento para evitar complicaciones en el desarrollo del niño.
La enfermedad celiaca puede considerarse una de las intolerancias más extendidas en todo el mundo. Las distintas manifestaciones de enfermedad celiaca, hace que muchas personas estén sin diagnosticar.
El tiempo que transcurre desde que aparecen los primeros síntomas hasta su diagnóstico puede dilatarse en el tiempo. De ahí que se calcule que un 75% de pacientes están sin diagnosticar. Aunque su diagnóstico puede hacerse a cualquier edad, se observa que suele suceder en la edad adulta.
La enfermedad celiaca es una “enfermedad sistémica autoinmune crónica provocada por el gluten y prolaminas relacionadas, en individuos susceptibles”
El gluten es una proteína que se encuentra en el trigo, el centeno y la cebada. Esta proteína produce daños en el intestino delgado cada vez que se ingiere, provocando, a su vez, déficits en la absorción de nutrientes y otros problemas de salud relacionados.
Para desarrollar la enfermedad es necesario heredar la predisposición genética. Pero además hay que estar expuesto a una dieta con gluten y que la enfermedad se active. Entre los factores activadores podemos citar: estrés, trauma y posibles infecciones virales.
El carácter genético conlleva que, aproximadamente el 10% de los parientes en primer grado de la persona celiaca, puedan desarrollar la enfermedad celiaca en algún momento de su vida.
El punto de partida para su diagnóstico son los análisis de sangre. Se recomienda la prueba para HLA DQ2 y DQ8, para determinar la predisposición genética. Tras el positivo en serología, la prueba definitiva sería la biopsia de intestino delgado.
El único tratamiento eficaz es una dieta exenta de gluten durante toda la vida.
Las manifestaciones clínicas de la enfermedad celiaca pueden ser muy diversas. Esto ha permitido establecer diferentes tipos de la enfermedad:
Cada vez es más frecuente observar que determinados alimentos producen reacciones adversas. Estas reacciones pueden ser de dos tipos: alergia e intolerancia alimenticia.
Aunque alergias e intolerancias tienen algunos síntomas similares, son procesos distintos. Por ello, es necesario consultar al especialista para obtener un diagnóstico adecuado
De una manera sencilla podríamos definirla como “reacción adversa de nuestro organismo frente a alimentos que no son digeridos, metabolizados o asimilados completa o parcialmente”. Se deben, fundamentalmente, a la ausencia de los elementos necesarios encargados de la correcta digestión del alimento que nos la causa. Y, como aspecto importante, “no interviene el sistema inmune”.
Podemos establecer dos grandes grupos atendiendo a su origen:
Pero podemos hacer una clasificación más exhaustiva si nos centramos en cómo y qué la produce:
a) Metabólicas y/o enzimáticas. En este caso, un déficit enzimático o metabólico, imposibilita la correcta asimilación de determinadas sustancias de los alimentos. Existen pruebas específicas para su diagnóstico. Algunos ejemplos de las mismas serían:
b) Indeterminadas. Se producen por una mala asimilación del alimento independientemente del estado de la persona (se deben al alimento en sí y no al estado de la persona). Su diagnóstico es complejo ya que no siempre se producen al consumir el alimento en cuestión. Es un tipo de intolerancia alimenticia que no es de por vida, puede ser transitoria. Nos referimos a la enorme exposición actual a aditivos y contaminantes presentes en productos, sobre todo, procesados: conservantes, sulfitos, benzoatos, antioxidantes, colorantes…
c) Farmacológicas. Son reacciones a sustancias presentes en ciertos alimentos (vino, chocolate, fermentos…). Sustancias tales como las aminas vasoactivas (por ejemplo, histamina) y las metilxantinas (por ejemplo, cafeína).