Las etiquetas de los alimentos nos ofrecen mucha información. Pero esta información hay que interpretarla correctamente. Repasamos algunos aspectos que tenemos que observar y ofrecemos una guía para interpretar dicha información.
En el etiquetaje de los productos alimentarios, se incluyen varios aspectos tales como: denominación del producto, cantidad de alimento, fecha de elaboración, fecha de consumo preferente o de caducidad, forma de conservación, ingredientes e información nutricional.
Los ingredientes van ordenados en forma decreciente según la cantidad presente en el producto. Si se padece alguna alergia o intolerancia, veremos esos alérgenos en negrita para identificarlos a primera vista.
Este apartado nos permite saber cuáles son los nutrientes y las cantidades de los mismos que tiene un determinado producto.
Los valores nutricionales han de declararse por cada 100 g o 100 ml de producto para permitir un análisis comparativo. También puede complementarse con otros tamaños o “porciones” si el producto está envasado de tal manera.
Valores que podemos observar:
Se mide en kilojulios (KJ) y kilocalorías (kcal). Esta información nos indica las calorías que nos aporta el producto por cada 100 g o ml o porción. Si la cantidad que consumimos es diferente a la indicada, solo tenemos que calcular en función a lo que vamos a consumir.
Nutriente necesario para el normal funcionamiento de nuestro organismo. No sólo es importante el aporte total de grasas, sino que es importante conocer el “tipo de grasa”. En este sentido no es aconsejable un predominio de grasas saturadas. Es más indicado elegir productos con mayor cantidad de grasas insaturadas (monoinsaturadas y poliinsaturadas). Otro aspecto que hay que vigilar es la existencia de grasa trans (siempre estarán presentes si en ingredientes leemos: aceite vegetal hidrogenado o parcialmente hidrogenado)
Se dividen en 2 grupos: azúcares y almidones. No siempre se encuentran detallados, aunque sí suele desglosarse los azúcares. En caso de padecer diabetes, han de contabilizarse de forma global e intentar visualizar en ingredientes si lleva azúcar, fructosa, sacarosa o miel.
Son esenciales y su aporte ha de ser adecuado. Lo ideal es combinar las de origen animal con las de origen vegetal.
Es un dato importante. Nos aporta información indirecta del índice glucémico (diabéticos), regula el tránsito intestinal, repercute en las defensas del organismo…
Mineral necesario en pequeñas cantidades. Es importante considerarlo en caso de padecer hipertensión.
Por ejemplo, el calcio. Mineral muy importante para la salud neuromuscular, huesos y dientes.
Hemos visto la información recogida en las etiquetas de los alimentos, pero ¿sabemos interpretarlas? Para facilitar esta labor, ofrecemos unos indicadores.
El aumento de las alergias alimenticias es algo real. Se puede afirmar que se puede ser alérgico a cualquier ingrediente, pero ¿existe la alergia a la carne?
Según las estadísticas, las frutas afectan a un 44,7 % de los alérgicos a los alimentos; los frutos secos un 28,4 %; los mariscos un 14,8 %; la leche un 11,2 %; el pescado un 10 %; y los huevos un 9,8 %. Pero, ¿qué sabemos de la alergia a la carne? Este tipo de alergia existe, pero es bastante atípica.
El mecanismo en este tipo de alergia es bastante complejo.Su conocimiento se lo debemos a las investigaciones del inmunólogo Thomas Platts-Mills (uno de los principales investigadores sobre esta alergia). En el origen de esta alergia, se halla el alfa-gal o molécula Galactosa-alfa-1,3-galactosa (tipo de azúcar que el ser humano no es capaz de sintetizar). Al no estar presente esta molécula en el ser humano, cuando nos ponemos en contacto con ella, nuestro sistema inmune reacciona.
La alfa-gal se encuentra en la saliva de las garrapatas (también en algunos mamíferos). De ahí que la raíz de que se produzca esta reacción, se encuentra en la infección por «la mordedura de garrapata«. Es decir, para desarrollar alergia a la carne roja, la persona previamente ha de ser mordida por una garrapata.
Aún hay mucho que estudiar sobre esta alergia. No todas las personas desarrollan la alergia tras la mordedura de una garrapata (sólo se desarrolla en un 10 %)
Sus síntomas no son inmediatos, sino que aparecen entre 3-6 horas tras la ingesta de la misma. Esta circunstancia dificulta relacionar los síntomas con la alergia. Podemos citar: erupción cutánea, dificultad respiratoria, espasmos cardíacos y, en casos extremos, shock anafiláctico.
Como en toda alergia, el tratamiento consiste en evitar el consumo de carne roja, sobre todo tras sufrir la mordedura de la garrapata.
La supresión de ingesta de carne puede no ser de por vida. Tras 6-12 meses, hay que comprobar si la molécula alfa-gal no está presente en la sangre. Si es así, puede ir probándose la tolerancia. Sin embargo, hay que eliminar de por vida, las vísceras, hígado, riñón y lengua del ganado.